LIBRETO
“Las vísperas sicilianas” se estrenó originalmente en francés. Como no se ha podido encontrar por la red el libreto en ese idioma, ofrecemos sólo su versión italiana en edición bilingüe (italiano-español), la cual puede descargarse AQUÍ
SINOPSIS
Drama en cinco actos con libreto de Eugène Scribe y Charles Duveyrier a partir de otro libreto escrito para Donizetti en 1839, denominado “Le duc d’Albe- El duque de Alba”, en el que se cambió su ubicación original (los Países Bajos), por la isla siciliana dominada por los franceses. Estrenada en la Ópera de París (Academia Imperial de Música), el 13 de Junio de 1855, bajo la dirección de Narcisse Girard y con los siguientes intérpretes:
Marc Bonnehée
Guy de Montfort (barítono)
(Guido de Monforte en la versión italiana)
[Gobernador francés de la isla]
M. Coulon
El Señor de Béthune (bajo)
[Oficial francés]
M. Guignot
El Conde de Vaudemont (bajo)
[Oficial francés]
Louis Gueymard
Henri (tenor)
(Arrigo en la versión italiana)
[Joven siciliano, hijo, sin saberlo, de Guy o Guido y enamorado de Helen o Elena]
Louis-Henri Obin
Jean Procida (bajo)
(Giovanni da Procida en la versión italiana)
[Médico y patriota siciliano]
Sofia Cruvelli
La Duquesa Hélèn (soprano)
(Elena en la versión italiana)
[Princesa siciliana]
Mme. Saunier
Ninetta (contralto)
[Dama de Hélén o Elena]
M. Boulo
Danieli (tenor)
[Joven siciliano]
M. Aimès
Thibault (tenor)
(Tebaldo en la versión italiana)
[Soldado francés]
M. Marié
Robert (barítono)
(Roberto en la versión italiana)
[Soldado francés]
M. Koenig
Mainfroid (tenor)
(Manfredo en la versión italiana)
[Joven siciliano]
* Sicilianos, Soldados franceses, Nobles, etc.
* Vestuario: Alfred Albert y Paul Lormier
* Coreografía: Lucien Petipa
* Concertador: Giuseppe Verdi
La acción tiene lugar en Palermo en 1282.
ACTO I: En la plaza principal de Palermo y justo enfrente del palacio de la duquesa Hélène (Elena), un grupo de soldados franceses beben y cantan celebrando la grandeza de su patria, mientras los sicilianos que los rodean, murmuran su odio contra los opresores. Sale de su palacio la duquesa vestida de luto (los franceses han matado a su hermano), clamando contra los tiranos y pensando en su venganza. El oficial francés Vaudemont se queda prendado de su belleza. Los ebrios soldados creen que es buen momento para otra canción, y le ordenan que sea ella quien la cante. Entona una balada que alude al anhelo de libertad de los sicilianos. Sus compatriotas quedan entusiasmados por la exhortación de la romanza pero los distraídos soldados no entienden su verdadero significado.
Los oriundos, llenos de coraje por el cántico, se preparan para atacar a los franceses pero aparece el gobernador Montfort (Monforte) y su presencia silencia las manifestaciones hostiles. Llega Henri (Arrigo), un joven revolucionario que acaba de ser liberado de la prisión. Corre hacia el grupo de la duquesa y sin reconocer al gobernador, les cuenta que “los jueces, aunque temblorosos, pronunciaron una sentencia justa a pesar del temor a Montfort (Monforte)”. Éste, divertido, cuestiona sus opiniones. Henri (Arrigo), sigue manifestando que le encantaría tomar venganza.
Ante esto, el gobernador le revela su verdadera identidad y pide a los presentes que los dejen solos. Le demanda sobre sus orígenes conociendo que no tiene padres y que fue educado en la corte de Federico de Austria. Impresionado por el coraje del joven, le invita a que se ponga a su servicio. Él rechaza con fuerza el favor. Enojado, le deja irse, pero le advierte de que no frecuente demasiado el entorno de la Duquesa. Antes de caer el telón, puede verse como Henri (Arrigo), no haciendo caso al consejo, entra en el palacio ducal.
ACTO II: El médico Jean Procida (Giovanni da Procida) y sus acompañantes, llegan en barca a una playa, cerca de la capilla de Santa Rosalía (patrona de Palermo), tras un largo e involuntario exilio. Es un patriota siciliano que ha estado en el extranjero por algún tiempo y que, conmovido, saluda con fervor a la tierra que le vio nacer, incitando a sus conciudadanos a que se revelen contra el opresor.
Henri (Arrigo) y Hélène (Elena) llegan para darle la bienvenida. Él les cuenta que ha recorrido el mundo solicitando ayuda de los poderes extranjeros para deshacerse de la opresión francesa. El rey de Aragón ha prometido ayudarlos a condición de que se rebele toda Sicilia entera y juntos planean como comenzar la rebelión, aprovechando una fiesta popular que va a celebrarse allí con varias parejas que van a unirse en matrimonio.
Cuando se quedan solos, Henri (Arrigo) declara su amor a la Duquesa. Ella admite corresponderle, pero debe vengar antes el asesinato de su hermano Federico. Béthune, oficial francés, interrumpe la conversación trayendo una invitación a un baile para Henri (Arrigo), en casa del gobernador esa misma noche. Éste rechaza la invitación. Ofendido por el insulto, el funcionario ordena a los soldados que lo lleven a la fiesta en contra de su voluntad, arrastrándolo hasta el palacio.
Aparecen varias parejas de jóvenes bailando al son de una tarantela y dirigiéndose hacia el lugar donde va a celebrarse su boda colectiva. Los soldados franceses, fascinados por la belleza de las doce doncellas sicilianas, son tentados por Procida para que se animen a apoderarse de ellas, aprovechando la confusión de la danza. Así lo hacen, consiguiendo raptarlas del lugar ante la poderosa razón de sus armas.
Hélène (Elena) y Procida, beneficiándose de la confusión, recriminan su pasividad a los sicilianos y les exhortan a la sublevación. Ven pasar en el mar una lujosa embarcación que traslada a los invitados a la fiesta y deciden que el momento propicio para atacar al tirano sea, precisamente, durante esa celebración.
ACTO III- Cuadro 1: Sólo, en sus habitaciones particulares, Montfort (Monforte) recuerda a una joven a la que había raptado mucho tiempo atrás. Esta mujer, en su lecho de muerte, le escribió una carta revelándole que había tenido con él un hijo y que éste era precisamente Henri (Arrigo). Reflexiona y se da cuenta de que aunque está rodeado de lujos, añora la compañía de un hijo. Entra Béthune anunciando que han arrestado al joven y pregunta que castigo deben imponerle. El gobernador contesta que ninguno y pide que lo traigan, con mucho respeto, a su presencia. Una vez juntos, le revela su verdadera identidad, mostrándole, como prueba, la carta de su madre. La noticia le desespera, sabe que así puede perder a la Duquesa y ha de renegar de sus ideales patrios, por lo que rechaza con horror el afecto paterno y los honores y privilegios que tal condición conlleva.
ACTO III- Cuadro 2: En otra sala palaciega se celebra una espléndida fiesta de máscaras, que se inicia con el baile de “las cuatro estaciones”. Mezclados entre los asistentes, los conspiradores llevan una cinta de seda como distintivo. Hélène (Elena) y Procida se aproximan a Henri (Arrigo) para comunicarle que esa es la noche de la sublevación, una vez que maten al gobernador. El joven está confuso pues en su interior hay una lucha entre sus deberes filiales y sus ideales patrios. Decide avisar a su padre de que corre peligro e intenta convencerle para que abandone la estancia, pero no es atendido. Los conspiradores rodean a Montfort (Monforte) y cuando Hélène (Elena) está a punto de matarlo con un puñal, su hijo se interpone protegiéndolo con su propio cuerpo. Los sicilianos son reducidos y arrestados y todos toman a Henri (Arrigo) por traidor, pues nada saben de su conflicto emocional.
ACTO IV: Patio de la cárcel donde están confinados los conjurados. Henri (Arrigo) ha obtenido un permiso para visitar a sus amigos. Está profundamente disgustado porque creen que les ha traicionado, cuando en realidad él moriría por ellos. Primero encuentra a Hélène (Elena) y le ruega perdón, pero sólo recibe desprecio. Cuando cuenta que Montfort (Monforte) es su padre, ella comienza a sentir compasión y acaba perdonándolo y renovándole sus promesas de amor.
Entra Procida e informa a Hélène (Elena) que ha sabido de la presencia de una nave aragonesa en el puerto cargada de oro y armas por lo que aún abriga esperanzas. En ese momento aparece Montfort (Monforte) dispuesto a hacer cumplir la orden de ejecución. Henri (Arrigo) ruega a su padre que salve las vidas de sus compañeros y éste acepta bajo una condición: que le reconozca ante todos como su progenitor. El joven vacila pero finalmente acepta y grita “¡Padre!”. Los conspiradores son perdonados y desbordante de alegría, el gobernador anuncia para esa misma tarde la boda de Henri (Arrigo) con Hélène (Elena) sellando así la nueva amistad entre Sicilia y Francia.
ACTO V: En los jardines del palacio del gobernador, al lado de las gradas que conducen a la iglesia, un grupo de caballeros y damiselas celebran el matrimonio de los dos protagonistas y la novia les responde con simpatía y agradecimiento. La pareja se jura amor eterno.
Al quedarse sola Hélène (Elena), se acerca Procida y le dice que las campanas que festejarán su boda serán la definitiva señal para dar comienzo a la matanza de los franceses, triunfando, de este sangriento modo, la rebelión siciliana. Ella queda horrorizada y confusa: no sabe que hacer. Quisiera detener el complot pero supondría delatar a su amigo Procida. Argumenta que su matrimonio deshonraría la memoria de su hermano, con lo que consigue el malestar de su amado. Pero en esto llega Montfort (Monforte) y une las manos de los dos jóvenes declarándolos esposos. Las campanas suenan y la matanza empieza mientras cae el telón.
LA GÉNESIS
A principios de 1852, Verdi había firmado un contrato con el Teatro de la Ópera de París para que fuera estrenada allí una nueva obra suya- Las vísperas sicilianas- con motivo de la Exposición Universal de 1855. Después del fiasco del primer debut (6 de marzo de 1853) de La Traviata (ópera inmediatamente anterior), el maestro se tomó un tiempo de reposo que pasó en Busseto. Estaba deprimido y de mal humor y dedicó ese período a reponerse de su reuma, organizar las labores agrícolas de su granja e intentar nuevamente retomar por tercera vez El Rey Lehar, proyecto que nunca acabó. No tenía ninguna gana de acometer la composición de la obra que estaba programada. Incluso llegó a pensar en una estancia en Nápoles para pasar el invierno, que luego abandonó.
La causa de este desinterés inicial se centraba en la mala experiencia que había tenido con la Ópera de París porque hicieron una desastrosa traducción y montaje de Luisa Miller y por los recortes que habían introducido en Jérusalem. Verdi llamaba con desprecio a esta institución “la gran tienda”. Llegó a proponer la cancelación del encargo y demostró su descontento a Roqueplan, su director, con estas palabras: “En mi ya larga carrera ningún teatro me causó mas preocupaciones y mas padecimientos que La Ópera”. Pero la dirección de ese teatro no tenía ningún interés en privarse del beneficio que representaba el estreno en París de una ópera que llevaba la doble firma de Verdi y de Scribe, por lo que intimaron al maestro a cumplir sus compromisos.
De manera que, a mediados de octubre de 1853, después de su cuadragésimo cumpleaños, Verdi y la Strepponi, salieron de Sant’Agata en dirección a París para realizar la composición, residiendo en la ciudad-luz durante dos años, algo mas de lo esperado. Se instalaron en un confortable apartamento de la rue Richer, escapando, siempre que pudieron, del torbellino de la vida parisina.
El libretista Eugène Scribe, estaba en el punto más alto de su gloria: ya había escrito unos trescientos cincuenta libretos, fuera sólo o acompañado (Los Hugonotes, Fra diavolo, Roberto el diablo, La Juive, La Favorita, Adriana Lecouvreur, etc.). Tenía por entonces sesenta y dos años y dirigía una verdadera oficina de escritores menores, a los que pagaba por línea, y cuyos textos firmaba como autor o coautor. Uno de sus “negros” era Charles Duveyrier, el segundo libretista de “Las vísperas sicilianas”.
Después de un primer envío de otro libreto que no gustó nada a Verdi y fue rechazado, el prolífico escritor le propuso aprovechar un tema que originalmente dedicó a Donizetti (El duque de Alba), sin que el compositor bergamasco llegara a completarlo. A Verdi, el manuscrito tampoco le satisfizo y en carta a Roqueplan se quejaba: “La obra carece absolutamente de patetismo”. Exigió cambiar la localización de los hechos (del clima brumoso de los Países Bajos a, primero Nápoles, pero finalmente tuvo que ser Sicilia) y que se reescribiera completamente el quinto acto “que todo el mundo encuentra sin interés”. Scribe aceptó introducir modificaciones y acordaron reunirse aquel verano en París para cambiar impresiones.
Fueron muchas las dificultades que tuvo que superar el compositor. De entre ellas, citaremos brevemente tres: la rigidez formal de las óperas a representar en ese teatro, la huída de la cantante protagonista y la lucha de Verdi con la institución.
“Las vísperas sicilianas” se estrenó originalmente en francés. Como no se ha podido encontrar por la red el libreto en ese idioma, ofrecemos sólo su versión italiana en edición bilingüe (italiano-español), la cual puede descargarse AQUÍ
SINOPSIS
Drama en cinco actos con libreto de Eugène Scribe y Charles Duveyrier a partir de otro libreto escrito para Donizetti en 1839, denominado “Le duc d’Albe- El duque de Alba”, en el que se cambió su ubicación original (los Países Bajos), por la isla siciliana dominada por los franceses. Estrenada en la Ópera de París (Academia Imperial de Música), el 13 de Junio de 1855, bajo la dirección de Narcisse Girard y con los siguientes intérpretes:
Marc Bonnehée
Guy de Montfort (barítono)
(Guido de Monforte en la versión italiana)
[Gobernador francés de la isla]
M. Coulon
El Señor de Béthune (bajo)
[Oficial francés]
M. Guignot
El Conde de Vaudemont (bajo)
[Oficial francés]
Louis Gueymard
Henri (tenor)
(Arrigo en la versión italiana)
[Joven siciliano, hijo, sin saberlo, de Guy o Guido y enamorado de Helen o Elena]
Louis-Henri Obin
Jean Procida (bajo)
(Giovanni da Procida en la versión italiana)
[Médico y patriota siciliano]
Sofia Cruvelli
La Duquesa Hélèn (soprano)
(Elena en la versión italiana)
[Princesa siciliana]
Mme. Saunier
Ninetta (contralto)
[Dama de Hélén o Elena]
M. Boulo
Danieli (tenor)
[Joven siciliano]
M. Aimès
Thibault (tenor)
(Tebaldo en la versión italiana)
[Soldado francés]
M. Marié
Robert (barítono)
(Roberto en la versión italiana)
[Soldado francés]
M. Koenig
Mainfroid (tenor)
(Manfredo en la versión italiana)
[Joven siciliano]
* Sicilianos, Soldados franceses, Nobles, etc.
* Vestuario: Alfred Albert y Paul Lormier
* Coreografía: Lucien Petipa
* Concertador: Giuseppe Verdi
La acción tiene lugar en Palermo en 1282.
ACTO I: En la plaza principal de Palermo y justo enfrente del palacio de la duquesa Hélène (Elena), un grupo de soldados franceses beben y cantan celebrando la grandeza de su patria, mientras los sicilianos que los rodean, murmuran su odio contra los opresores. Sale de su palacio la duquesa vestida de luto (los franceses han matado a su hermano), clamando contra los tiranos y pensando en su venganza. El oficial francés Vaudemont se queda prendado de su belleza. Los ebrios soldados creen que es buen momento para otra canción, y le ordenan que sea ella quien la cante. Entona una balada que alude al anhelo de libertad de los sicilianos. Sus compatriotas quedan entusiasmados por la exhortación de la romanza pero los distraídos soldados no entienden su verdadero significado.
Los oriundos, llenos de coraje por el cántico, se preparan para atacar a los franceses pero aparece el gobernador Montfort (Monforte) y su presencia silencia las manifestaciones hostiles. Llega Henri (Arrigo), un joven revolucionario que acaba de ser liberado de la prisión. Corre hacia el grupo de la duquesa y sin reconocer al gobernador, les cuenta que “los jueces, aunque temblorosos, pronunciaron una sentencia justa a pesar del temor a Montfort (Monforte)”. Éste, divertido, cuestiona sus opiniones. Henri (Arrigo), sigue manifestando que le encantaría tomar venganza.
Ante esto, el gobernador le revela su verdadera identidad y pide a los presentes que los dejen solos. Le demanda sobre sus orígenes conociendo que no tiene padres y que fue educado en la corte de Federico de Austria. Impresionado por el coraje del joven, le invita a que se ponga a su servicio. Él rechaza con fuerza el favor. Enojado, le deja irse, pero le advierte de que no frecuente demasiado el entorno de la Duquesa. Antes de caer el telón, puede verse como Henri (Arrigo), no haciendo caso al consejo, entra en el palacio ducal.
ACTO II: El médico Jean Procida (Giovanni da Procida) y sus acompañantes, llegan en barca a una playa, cerca de la capilla de Santa Rosalía (patrona de Palermo), tras un largo e involuntario exilio. Es un patriota siciliano que ha estado en el extranjero por algún tiempo y que, conmovido, saluda con fervor a la tierra que le vio nacer, incitando a sus conciudadanos a que se revelen contra el opresor.
Henri (Arrigo) y Hélène (Elena) llegan para darle la bienvenida. Él les cuenta que ha recorrido el mundo solicitando ayuda de los poderes extranjeros para deshacerse de la opresión francesa. El rey de Aragón ha prometido ayudarlos a condición de que se rebele toda Sicilia entera y juntos planean como comenzar la rebelión, aprovechando una fiesta popular que va a celebrarse allí con varias parejas que van a unirse en matrimonio.
Cuando se quedan solos, Henri (Arrigo) declara su amor a la Duquesa. Ella admite corresponderle, pero debe vengar antes el asesinato de su hermano Federico. Béthune, oficial francés, interrumpe la conversación trayendo una invitación a un baile para Henri (Arrigo), en casa del gobernador esa misma noche. Éste rechaza la invitación. Ofendido por el insulto, el funcionario ordena a los soldados que lo lleven a la fiesta en contra de su voluntad, arrastrándolo hasta el palacio.
Aparecen varias parejas de jóvenes bailando al son de una tarantela y dirigiéndose hacia el lugar donde va a celebrarse su boda colectiva. Los soldados franceses, fascinados por la belleza de las doce doncellas sicilianas, son tentados por Procida para que se animen a apoderarse de ellas, aprovechando la confusión de la danza. Así lo hacen, consiguiendo raptarlas del lugar ante la poderosa razón de sus armas.
Hélène (Elena) y Procida, beneficiándose de la confusión, recriminan su pasividad a los sicilianos y les exhortan a la sublevación. Ven pasar en el mar una lujosa embarcación que traslada a los invitados a la fiesta y deciden que el momento propicio para atacar al tirano sea, precisamente, durante esa celebración.
ACTO III- Cuadro 1: Sólo, en sus habitaciones particulares, Montfort (Monforte) recuerda a una joven a la que había raptado mucho tiempo atrás. Esta mujer, en su lecho de muerte, le escribió una carta revelándole que había tenido con él un hijo y que éste era precisamente Henri (Arrigo). Reflexiona y se da cuenta de que aunque está rodeado de lujos, añora la compañía de un hijo. Entra Béthune anunciando que han arrestado al joven y pregunta que castigo deben imponerle. El gobernador contesta que ninguno y pide que lo traigan, con mucho respeto, a su presencia. Una vez juntos, le revela su verdadera identidad, mostrándole, como prueba, la carta de su madre. La noticia le desespera, sabe que así puede perder a la Duquesa y ha de renegar de sus ideales patrios, por lo que rechaza con horror el afecto paterno y los honores y privilegios que tal condición conlleva.
ACTO III- Cuadro 2: En otra sala palaciega se celebra una espléndida fiesta de máscaras, que se inicia con el baile de “las cuatro estaciones”. Mezclados entre los asistentes, los conspiradores llevan una cinta de seda como distintivo. Hélène (Elena) y Procida se aproximan a Henri (Arrigo) para comunicarle que esa es la noche de la sublevación, una vez que maten al gobernador. El joven está confuso pues en su interior hay una lucha entre sus deberes filiales y sus ideales patrios. Decide avisar a su padre de que corre peligro e intenta convencerle para que abandone la estancia, pero no es atendido. Los conspiradores rodean a Montfort (Monforte) y cuando Hélène (Elena) está a punto de matarlo con un puñal, su hijo se interpone protegiéndolo con su propio cuerpo. Los sicilianos son reducidos y arrestados y todos toman a Henri (Arrigo) por traidor, pues nada saben de su conflicto emocional.
ACTO IV: Patio de la cárcel donde están confinados los conjurados. Henri (Arrigo) ha obtenido un permiso para visitar a sus amigos. Está profundamente disgustado porque creen que les ha traicionado, cuando en realidad él moriría por ellos. Primero encuentra a Hélène (Elena) y le ruega perdón, pero sólo recibe desprecio. Cuando cuenta que Montfort (Monforte) es su padre, ella comienza a sentir compasión y acaba perdonándolo y renovándole sus promesas de amor.
Entra Procida e informa a Hélène (Elena) que ha sabido de la presencia de una nave aragonesa en el puerto cargada de oro y armas por lo que aún abriga esperanzas. En ese momento aparece Montfort (Monforte) dispuesto a hacer cumplir la orden de ejecución. Henri (Arrigo) ruega a su padre que salve las vidas de sus compañeros y éste acepta bajo una condición: que le reconozca ante todos como su progenitor. El joven vacila pero finalmente acepta y grita “¡Padre!”. Los conspiradores son perdonados y desbordante de alegría, el gobernador anuncia para esa misma tarde la boda de Henri (Arrigo) con Hélène (Elena) sellando así la nueva amistad entre Sicilia y Francia.
ACTO V: En los jardines del palacio del gobernador, al lado de las gradas que conducen a la iglesia, un grupo de caballeros y damiselas celebran el matrimonio de los dos protagonistas y la novia les responde con simpatía y agradecimiento. La pareja se jura amor eterno.
Al quedarse sola Hélène (Elena), se acerca Procida y le dice que las campanas que festejarán su boda serán la definitiva señal para dar comienzo a la matanza de los franceses, triunfando, de este sangriento modo, la rebelión siciliana. Ella queda horrorizada y confusa: no sabe que hacer. Quisiera detener el complot pero supondría delatar a su amigo Procida. Argumenta que su matrimonio deshonraría la memoria de su hermano, con lo que consigue el malestar de su amado. Pero en esto llega Montfort (Monforte) y une las manos de los dos jóvenes declarándolos esposos. Las campanas suenan y la matanza empieza mientras cae el telón.
LA GÉNESIS
A principios de 1852, Verdi había firmado un contrato con el Teatro de la Ópera de París para que fuera estrenada allí una nueva obra suya- Las vísperas sicilianas- con motivo de la Exposición Universal de 1855. Después del fiasco del primer debut (6 de marzo de 1853) de La Traviata (ópera inmediatamente anterior), el maestro se tomó un tiempo de reposo que pasó en Busseto. Estaba deprimido y de mal humor y dedicó ese período a reponerse de su reuma, organizar las labores agrícolas de su granja e intentar nuevamente retomar por tercera vez El Rey Lehar, proyecto que nunca acabó. No tenía ninguna gana de acometer la composición de la obra que estaba programada. Incluso llegó a pensar en una estancia en Nápoles para pasar el invierno, que luego abandonó.
La causa de este desinterés inicial se centraba en la mala experiencia que había tenido con la Ópera de París porque hicieron una desastrosa traducción y montaje de Luisa Miller y por los recortes que habían introducido en Jérusalem. Verdi llamaba con desprecio a esta institución “la gran tienda”. Llegó a proponer la cancelación del encargo y demostró su descontento a Roqueplan, su director, con estas palabras: “En mi ya larga carrera ningún teatro me causó mas preocupaciones y mas padecimientos que La Ópera”. Pero la dirección de ese teatro no tenía ningún interés en privarse del beneficio que representaba el estreno en París de una ópera que llevaba la doble firma de Verdi y de Scribe, por lo que intimaron al maestro a cumplir sus compromisos.
De manera que, a mediados de octubre de 1853, después de su cuadragésimo cumpleaños, Verdi y la Strepponi, salieron de Sant’Agata en dirección a París para realizar la composición, residiendo en la ciudad-luz durante dos años, algo mas de lo esperado. Se instalaron en un confortable apartamento de la rue Richer, escapando, siempre que pudieron, del torbellino de la vida parisina.
El libretista Eugène Scribe, estaba en el punto más alto de su gloria: ya había escrito unos trescientos cincuenta libretos, fuera sólo o acompañado (Los Hugonotes, Fra diavolo, Roberto el diablo, La Juive, La Favorita, Adriana Lecouvreur, etc.). Tenía por entonces sesenta y dos años y dirigía una verdadera oficina de escritores menores, a los que pagaba por línea, y cuyos textos firmaba como autor o coautor. Uno de sus “negros” era Charles Duveyrier, el segundo libretista de “Las vísperas sicilianas”.
Después de un primer envío de otro libreto que no gustó nada a Verdi y fue rechazado, el prolífico escritor le propuso aprovechar un tema que originalmente dedicó a Donizetti (El duque de Alba), sin que el compositor bergamasco llegara a completarlo. A Verdi, el manuscrito tampoco le satisfizo y en carta a Roqueplan se quejaba: “La obra carece absolutamente de patetismo”. Exigió cambiar la localización de los hechos (del clima brumoso de los Países Bajos a, primero Nápoles, pero finalmente tuvo que ser Sicilia) y que se reescribiera completamente el quinto acto “que todo el mundo encuentra sin interés”. Scribe aceptó introducir modificaciones y acordaron reunirse aquel verano en París para cambiar impresiones.
Fueron muchas las dificultades que tuvo que superar el compositor. De entre ellas, citaremos brevemente tres: la rigidez formal de las óperas a representar en ese teatro, la huída de la cantante protagonista y la lucha de Verdi con la institución.
En la rebautizada “Academia Imperial de Música”, la tradición exigía una ópera espectacular en cinco actos, con dos ballet, uno de ellos especialmente grandioso, fastuosas escenas de masas y un final apoteósico. Todo ello representó para Verdi una prueba muy difícil de superar como comenta a su amiga de Milán Giuseppina Appiani: “Yo creo en la inspiración y ellos en la hechura. Cuando haya terminado, estaré contento, muy contento: una ópera para La Ópera es trabajo mas que suficiente para matar a un toro”.
Sophie Crüwell, conocida en el mundo artístico como Sofía Cruvelli, era una notable cantante alemana a la que se le adjudicó el papel de Hélène. Los ensayos de la ópera se programaron para principios de octubre de 1854 pero no pudieron realizarse pues la inteligente, atractiva y también caprichosa soprano, había desaparecido sin tan siquiera unas palabras de explicación. Su apartamento parisino estaba cerrado y fue buscada por toda Europa. Resultó que disfrutaba de una fuga amorosa por la costa azul, en compañía del barón Vigier, con quien se casaría unos meses mas tarde. Reapareció en noviembre pero el asunto tuvo tanto calado que obligó a dimitir al director del teatro (Roqueplan), siendo sustituido por Crosnier. Como curiosidad, este alboroto traspasó el Canal de la Mancha y los ingleses escenificaron una farsa titulada: “Where’s Cruvelli? ¿Dónde está Cruvelli?”. Verdi se regocijaba de ello en una carta a Piave: “¡¡ La Cruvelli se ha esfumado!! Sólo el demonio sabe donde. Al principio, la mala nueva me afectó muchísimo, pero ahora me río en secreto. Esta desaparición me da derecho a rescindir el contrato y no pienso desaprovechar la ocasión”.
Como Verdi cargaba con esta composición como con una cruz, fueron numerosos los intentos para tratar de desembarazarse del contrato. El episodio de la Cruvelli es, tan sólo, uno más, a los que habría que añadir muchos otros empeños, con argumentos varios, tales como que el marco histórico de la ópera no era el más adecuado para las relaciones franco-italianas, que el conspirador que representa Procida era un personaje vulgar que “manejaba el puñal como un florentino del renacimiento” o que todavía no había realizado el libretista los cambios solicitados por Verdi. Todo fue inútil. No hubo manera de conseguir la cancelación y hasta un ministro de estado le suplicó que continuara con la partitura.
En este ambiente llegaron al día del estreno (13 de junio de 1855) y la ópera no obtuvo un triunfo pero se desarrolló en un clima tranquilo. El público parisino se mostró más bien tibio a excepción de Berlioz que consideró a “Las vísperas sicilianas” como “muy superior a Il Trovatore y a todas las producciones anteriores del autor”. Fue también Berlioz quien publicó estas palabras: “El compositor italiano se ganó el éxito a un coste inimaginablemente cruento, librando innumerables batallas e indecorosas luchas contra una pandilla de infelices y miserables”. En cambio, Camilo Saint-Saëns, en un tono burlón, sugirió que: “Verdi sólo era capaz de escribir óperas sobre guerras ¿Porqué no ‘La battaglia di Pavia o Waterloo?’”. Los enemigos del maestro le llamaron “mERDI- (mierda)” y el resto de la crítica fue cortés sin más consideraciones.
Con traducciones al italiano hechas por Arnaldo Fusinato y por Eugenio Caimi, se estrenó en Italia en el Teatro Ducale de Parma el 26 de diciembre de 1855. Por problemas de censura hubo de llevar el título de “Giovanna de Guzman”, ubicando la acción en Portugal. El 5 de enero de 1856 se hizo en el Teatro Regio de Turín, manteniendo el mismo nombre. En 1857 la conocieron en Nápoles como “Batilde di Turenna”. Por fin, en 1860, Ricordi editó el libreto como “I vespri siciliani” y así se ha mantenido con este nombre en su traducción italiana hasta nuestros días. Quizás la versión que más se ha impuesto, completa y con sus cinco actos originales, sea precisamente la italiana, en detrimento de la francesa o de otra versión italiana reducida a tres actos.
EL PERFIL
Después de La Traviata, la producción de Verdi se ralentizó al lograr asentarse económicamente y sentir la necesidad de que cada nueva creación fuera precedida de una larga fase de maduración. Desde entonces, estrenó una ópera cada tres años, en lugar de una por año, como había sido su práctica en los casi dos decenios precedentes. Las razones de este cambio hay que encontrarlas, de un lado, en su intento de renovación del melodrama italiano que él mismo había casi agotado con su “trilogía popular”, de otro, en la búsqueda de nuevos caminos y, finalmente, en su afán de conquistar al público internacional según un plan estratégico muy elaborado.
En aquellos tiempos, “La Academia Imperial de la Ópera”, así denominada por Napoleón III, era, junto con La Scala de Milán, el teatro lírico mas importante de Europa. Ningún compositor, ningún cantante, ningún director de orquesta, podía alcanzar una consagración internacional si no pasaba por allí. Todos los grandes nombres de la ópera italiana, desde Spontini hasta Donizetti, habían tenido que velar sus armas en ese escenario.
Pero aceptar la composición de “Las vísperas sicilianas” significaba comprometerse a resolver nuevos problemas de instrumentación y armonía, prestar la máxima atención al marco ambiental en que iban a desenvolverse los personajes y someterse a todas las reglas de La Ópera. Lo que más impresionaba de este teatro parisino al compositor, era la grandiosidad de sus puestas en escena. Ya en 1847, en otro viaje a esa ciudad, Verdi escribía a Clarina Maffei: “Ayer por la tarde estuve en La Ópera…. La grandiosidad de la escenografía me ha anonadado por completo. Se representaba La Juive de Hálevy”. La puesta en escena tenía un peso fundamental y para llevarla a cabo, se utilizaba una especie de manual con indicaciones, del que Verdi tomó muy buena nota para realizar las “disposizioni sceniche” de sus obras posteriores.
En definitiva, el ideal máximo de los franceses era la diversidad con espectaculares escenas de masas, solos marcados por los conflictos humanos y emocionantes finales con cambios sorprendentes, todo ello en un efecto de conjunto marcado por la trama y la música. Bien puede decirse que mientras el llamado “estilo italiano” estaba basado en la emotividad, el “estilo francés” venía marcado por el espectáculo pues pretendía lograr la admiración del público más que apelar a su sentimiento.
Si que es verdad que Verdi padeció lo suyo para adaptarse al estilo y para lograr superar todas las dificultades por las que le hicieron pasar. Pero una vez terminado el trabajo, su bagaje artístico se había enriquecido en ese empeño, pues “Las vísperas sicilianas” está llena de invenciones musicales, aunque no todas inspiradas y espontáneas. Logró dotar a la partitura de majestuosidad, suntuosidad y sonoridades nuevas. Fue un fino trabajo de encaje del texto en la música con exquisitas combinaciones de audacia y armonía. El cuarto acto, en particular, es un prodigio de hallazgos melódicos.
Verdi consiguió una autentica grand-opéra al mas puro gusto francés, con una obertura muy sinfónica, masas corales amplias, arias, dúos, concertantes y pasajes de gran complejidad, además de dos ballet, aportando al género, que adolecía de ser un poco excesivo y hueco, mayor verosimilitud, mejor hechura musical y mas genuinos medios expresivos. Si se representa completa, es la ópera de mayor extensión de todas las que compuso. Fue la primera del compositor escrita expresamente para la Institución (antes había readaptado “I lombardi alla prima crociata” denominándolo “Jérusalem”) y la última con tema patriótico.
“Las vísperas sicilianas” es, en definitiva, una ópera que corresponde ya al periodo de madurez del compositor pero por su sabor francés, su gran extensión y su mas que difícil montaje, es poco representada en los teatros y como consecuencia, resulta una desconocida para el gran público.
LOS PERSONAJES
Al nuevo periodo compositivo que Verdi inaugura con “Las vísperas sicilianas”, algunos autores, partidarios de las clasificaciones, lo suelen denominar como “Óperas de Situaciones” porque los personajes no son ya emblemas de unas pocas pasiones, por muy intensas que estas sean, sino caracteres complejos, no sujetos a un sólo afán y, por ello, mucho mas difíciles de ser definidos. Tampoco se trata ya de dibujar un marco genéricamente monumental, sino un contexto mucho más específico que forme parte integrante de todo cuanto se narra en el escenario.
Verdi, en su primer intento con este tipo de obras, logra definir un mosaico muy vivo donde el pueblo siciliano y los soldados franceses son también protagonistas, alternándose con los personajes principales, los cuales viven situaciones límite, zarandeados por motivaciones contrastadas, lo que permite un lenguaje grandilocuente y heroico que el maestro supo servir con holgura.
La figura de Montfort (Monforte), interpretada por un barítono, es la mas interesante, compleja y atrayente de entre todos los personajes. Ocupa un lugar privilegiado junto a los grandes papeles para esa voz creados por Verdi y es otro supremo ejemplo de su rica galería de “padres”. A pesar del rigor y severidad de carácter del personaje, su temple noble emana ternura. No es casual que en su parte haya muchos matices de voz que recuerdan a Rigoletto.
Procida, papel para bajo de gran prestancia y elegancia, es un personaje que lucha por la libertad y debía simbolizar en la obra el ideal positivo de la liberación. Como contrapunto se encuentra la figura de su rival, el gobernador francés, que desempeña el papel de opresor. Pero su enemigo, un tirano noble, va ganando a lo largo de la obra las simpatías del público, mientras que Procida, un conspirador fanático, resulta antipático y obsesivo. Por esta razón, se manifiesta algo monótono pero impresiona por su canto y la fuerza de su lenguaje.
Hélène (Elena), es un papel para el tipo de soprano verdiana que suele designarse como soprano dramática de agilidad, pero con grandes extensiones líricas de carácter íntimo, amplitud de registro y variado tipo de canto porque, de repente, al final de la obra, se ve obligada a desgranar complicadas secciones de canto ornamentado, cuando, hasta entonces, había predominado un canto silábico penetrantemente expresivo.
Henri (Arrigo), protagonista de una compleja situación sentimental y política, es un papel para una vocalidad de tenor spinto o lírico-spinto de amplio vuelo, con momentos de introvertido patetismo y de ardorosa pasión, debiendo llegar en el quinto acto al máximo de sus posibilidades vocales (re bemol sobre agudo), meta no siempre alcanzable por todos los intérpretes.
Destacar la importancia del ballet del tercer acto (Las cuatro estaciones), de larga duración y escrito por exigencias formales de La Ópera de París, siguiendo el modelo de las formas barrocas. Está compuesto por una serie de danzas de moda en la época: polca, mazurca y galop. Fue muy estimado y proporcionó muchos elogios a Verdi por parte de la prensa francesa.
FRAGMENTOS DESTACADOS
1.- Obertura: Esta soberbia composición orquestal, ha constituido, desde su creación, una pieza habitual de concierto. Por sus formas más complejas, no es una auténtica obertura popurrí pero contiene diversos temas que se escucharán luego en la obra, como el “de profundis” del cuarto acto, el principal de la matanza del último acto y el ampliamente desarrollado dúo entre barítono y tenor.
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2.- Acto I: “Au sein des mers et battu par l’orage (En alta mar y batido por la tormenta)”. Es la canción marinera que, a petición de los soldados franceses, canta la soprano en su primera salida a escena, comparando a la tormenta con los opresores y pidiendo valor a los tripulantes (léase sicilianos) para que se atrevan a afrontarla. En su Cabaleta final, llena de agilidades, es acompañada por el coro a modo de gran concertante.
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3.- Acto II: “Oh Palermo, tierra adorada”. Bella Aria de salida del rol de bajo, representado por Procida, donde el personaje da rienda suelta, primero, a sus recuerdos y luego a su arenga de libertad para la tierra oprimida. Se puede escuchar en los dos idiomas.
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OÍR_AUDIO_03_2_(italiano)
4.- Acto II (final): “Del piacer s’avanza l’ora (Llega la hora del placer)”. Se elige precisamente este final para demostrar el gusto francés por el espectáculo. Dos situaciones contrastadas: una nave en el mar llevando a los invitados a la fiesta y los conjurados en la playa maquinando su proyecto. Decorado, trama y música, se funden en una amplia escena con barcarola, la cual se va poco a poco diluyendo con un efecto sorprendente.
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5.- Acto III- Cuadro 1: “En brazos de la riqueza”. Emocionante escena para el barítono que se explaya en un monólogo, bastante retórico pero muy logrado, donde lamenta que a pesar de sus riquezas, no ha podido saber todavía lo que significa tener un hijo a quien ofrecérselas.
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6.- Acto III- Cuadro 1: “Mentre contemplo quel volto amato (Mientras contemplo ese rostro amado)”. Dúo entre barítono y tenor, cargado de patetismo para el hijo por lo que significa reconocer al gobernador como progenitor, siendo su enemigo político. El padre, en cambio, le demuestra sus ardorosos sentimientos filiales. Desarrolla temas ya expuestos en la Obertura.
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7.- Acto IV: “Scena”. Se trata de la visita a la cárcel del tenor protagonista para ver a sus amigos, a los que traicionó por salvar de la muerte a su padre el gobernador. Se compone de un breve y tétrico Preludio, un lamentoso Recitativo y una no menos doliente Aria (O jour de peine- Día de llanto), la más conocida de su rol. Posteriormente, aborda su encuentro con la soprano en forma de dúo. Ella, al principio, le desprecia por traidor y eso se nota en el canto, pero al saber sus motivos y desde “Mon père/Son père”, la música cambia de color pasando a un lirismo íntimo con partes decorativas.
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8.- Acto V: Bolero. “Mercè dilette amiche (Gracias queridas amigas)” es, sin duda, la parte vocal mas conocida de la partitura y es, también, uno de los momentos mas ornamentados y, por tanto difíciles, de la obra. Surge en la fiesta de esponsales, cuando la soprano agradece a las amigas sus atenciones.
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EL HECHO HISTÓRICO
La isla de Sicilia estaba dominada por Carlos de Anjou, hijo póstumo de Luis VIII de Francia. El día 30 de marzo de 1282, estalló en Palermo una gran insurrección contra los franceses y existen dos versiones sobre cómo se desencadenaron los hechos.
La versión tradicional sitúa la chispa que encendió la revuelta en la iglesia del Espíritu Santo, donde se iba a celebrar el lunes de Pascua. Numerosos habitantes de la ciudad se habían reunido para asistir a los oficios vespertinos. En la plaza, junto al templo, los fieles esperaban la hora de inicio de las vísperas cuando llegó un grupo de franceses borrachos. Uno de ellos, un sargento, se dirigió a una joven casada y empezó a molestarla. Su esposo, furioso, sacó un cuchillo y le apuñaló. Los demás franceses acudieron a socorrerle y a vengarle, pero los palermitanos, más numerosos, los rodearon y les dieron muerte justo en el momento en que las campanas de la iglesia y las de toda la ciudad empezaban a tocar.
Existe otra versión bastante más probable que sostiene que el levantamiento estaba planificado y que quienes lo habían organizado dispusieron que al oír tocar las campanas a vísperas, sería la señal de la sublevación.
Sea como fuere, iniciada la rebelión, la ira popular recorrió las calles. Al grito de "¡Muerte a los franceses!", los habitantes de Palermo asesinaron a los cerca de 2000 franceses que se encontraban en la ciudad, incluyendo a ancianos, mujeres y niños. Llegaron a asaltarse conventos en busca de clérigos. En las jornadas siguientes el levantamiento se extendió, en primer lugar, por las villas y ciudades cercanas, y después, por toda la isla. Únicamente Mesina se mantuvo del lado de los franceses, aunque finalmente se unió en abril a la rebelión.
Giovanni da Procida fue una figura histórica; lo que no se sabe claramente es qué rol jugó en el alzamiento de las vísperas sicilianas. Él era el gobernador de Procida, una isla cercana a la costa de Sicilia, propiedad de los Hohenstaufen. También era un famoso doctor que había luchado por mantener a Sicilia fuera de las manos del Papa y más tarde de las de Carlos de Anjou, perdiendo a su esposa e hijos en esa lucha. Cuando sus señores fueron expulsados de Sicilia, da Procida se exiló y fue a parar a la corte aragonesa. En el siglo XIV surgió una leyenda que narraba que Giovanni da Procida había sido el cerebro de las vísperas sicilianas. De acuerdo con esta leyenda, el levantamiento se planeó cuidadosamente por una conspiración de nobles sicilianos y poderes extranjeros. Su inteligencia y posición, dan credibilidad a la leyenda pero no hay pruebas de que él haya tenido realmente un rol en el levantamiento de las vísperas sicilianas.
Durante la primera etapa del Risorgimento, la leyenda de Giovanni da Procida cobró un nuevo significado al ver en su persona a un patriota que había aprovechado el poder del pueblo para ahuyentar a las fuerzas extranjeras del suelo italiano, demostrando que Italia siempre había luchado por su independencia. Hoy, la mayoría de los historiadores parecen creer que la verdad linda entre estos dos extremos: alguna conspiración existió, pero los levantamientos fueron espontáneos.
DISCOGRAFÍA
Destacaremos dos grabaciones de audio, una en francés y la otra en italiano.
AUDIO 1: Les Vêpres Siciliennes
Director: Mario Rossi (10 de Mayo de 1969)
Guy de Montfort, Neilson Taylor (bar)
Duchesse Hélène, Jaqueline Brumaire (sop)
Henri, Jean Bonhomme (ten)
Jean Procida, Ayhan Baran (bass)
Béthune, Stafford Dean (bass)
Vaudemont, Neil Howlett (bass-bar)
Ninetta, Pamela Bowden (mezzo)
BBC Chorus
BBC Concert Orchestra/
Grabación en vivo
OPERA RARA
AUDIO 2: I vespri siciliani
James Levine (1973)
Guido de Monforte Sherrill Milnes
El Señor de Béthune Terence Sharpe
Conte de Vaudemont Richard Van Allan
Arrigo Plácido Domingo
Giovanni da Procida Ruggero Raimondi
Duquesa Elena Martina Arroyo
Ninetta Maria Ewing
Danieli Leo Goeke
Tebaldo Kenneth Collins
Roberto James Morris
Manfredo Alan Byers
Orquesta: New Philarmonia
Coro: John Alldis Choir
Grabado en estudio
RCA
En cuanto a video, podemos elegir éste:
DVD: I vespri siciliani
Riccardo Chailly (1986)
Guido de Monforte Leo Nucci
El Señor de Béthune Gianfranco Casarini
Conte de Vaudemont Sergio Fontana
Arrigo Veriano Luchetti
Giovanni da Procida Bonaldo Giaiotti
Duquesa Elena Susan Dunn
Ninetta Anna-Caterina Antonacci
Danieli Sergio Bertocchi
Tebaldo Bruno Lazzaretti
Roberto Giuseppe Morresi
Manfredo Walter Brighi
Orquesta: Comunale de Bolonia
Coro: Comunale de Bolonia
Grabado en estudio
Warner Classics
DISCOGRAFÍA
Destacaremos dos grabaciones de audio, una en francés y la otra en italiano.
AUDIO 1: Les Vêpres Siciliennes
Director: Mario Rossi (10 de Mayo de 1969)
Guy de Montfort, Neilson Taylor (bar)
Duchesse Hélène, Jaqueline Brumaire (sop)
Henri, Jean Bonhomme (ten)
Jean Procida, Ayhan Baran (bass)
Béthune, Stafford Dean (bass)
Vaudemont, Neil Howlett (bass-bar)
Ninetta, Pamela Bowden (mezzo)
BBC Chorus
BBC Concert Orchestra/
Grabación en vivo
OPERA RARA
AUDIO 2: I vespri siciliani
James Levine (1973)
Guido de Monforte Sherrill Milnes
El Señor de Béthune Terence Sharpe
Conte de Vaudemont Richard Van Allan
Arrigo Plácido Domingo
Giovanni da Procida Ruggero Raimondi
Duquesa Elena Martina Arroyo
Ninetta Maria Ewing
Danieli Leo Goeke
Tebaldo Kenneth Collins
Roberto James Morris
Manfredo Alan Byers
Orquesta: New Philarmonia
Coro: John Alldis Choir
Grabado en estudio
RCA
En cuanto a video, podemos elegir éste:
DVD: I vespri siciliani
Riccardo Chailly (1986)
Guido de Monforte Leo Nucci
El Señor de Béthune Gianfranco Casarini
Conte de Vaudemont Sergio Fontana
Arrigo Veriano Luchetti
Giovanni da Procida Bonaldo Giaiotti
Duquesa Elena Susan Dunn
Ninetta Anna-Caterina Antonacci
Danieli Sergio Bertocchi
Tebaldo Bruno Lazzaretti
Roberto Giuseppe Morresi
Manfredo Walter Brighi
Orquesta: Comunale de Bolonia
Coro: Comunale de Bolonia
Grabado en estudio
Warner Classics
4 comentarios:
Excelente trabajo y selección de entradas.
¿A qué versión corresponde la obertura?
¿Director?
Gracias.
Gracias por tu trabajo, es excelente.
FANTÁSTICO, TE FELICITO.
FRANJO
Ya mismo estoy buscando el DVD porque ahora tengo unas ganas locas de verlo interpretado. Soy mucho de ir al teatro, de hecho estoy en Argentina hace unos meses quedandome en apartamentos Palermo y lo que más hago es ir a la noche por la calle Corrientes a ver qué espectáculo encuentro!
Lore
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